El odio como tema literario

miércoles, 9 de mayo de 2012
Una adolescente ojerosa y desgreñada, leyendo su poema favorito de Rimbaud, creyendo que las tragedias, griegas y no, son las líneas que escribe con su andar errático, sudado de odios insuperables, fétido a alcohol barato. En un andar idiota, rídiculo golpea arabescos en las calles, orinadas, negras. Las escribe, las reescribe con los puños cerrados. Con el cuerpo trizado, escrito, rescrito, palimpsestado. Cansada de leer. Letras que no abandonan, más cortantes que una lengua. Camina rápido, no mira a nadie. Se avergüenza. El reflejo que le devuelve la vitrina pobre de una farmacia de estación central es un cliché trasnochado (en cama ajena, ultra). Dadá, simple y llanamente. Sus pasos, su vida enferma, el vórtice en sus venas. Sus noches tristes, sus cigarrillos fuertes. Nada más que un torbellino dadá. Un mal personaje literario, regurgitando ad infinitum un odio descolorido, unas lágrimas eyaculadas hasta en el goce más profundo. Agua turbia. Toma, calla. Lee, folla. Camina. Las ojeras crecen, la carne se triza un poco más. Los pasos se hacen más vertiginosos pero una mueca desgarra su faz. Nunca dejaré del todo de ser una adolescente. Ni de leer arabescos en calles que hieden a orin.