Enamorarme

lunes, 28 de febrero de 2011

Mientras el agua de la ducha perforaba mis sentidos lo decidí. Quiero enamorarme una vez más.
No de alguien que tenga todo decidido, como yo. No de alguien seguro, como yo. No de ti, que estas llena de gorriones gorjeando en tus cabellos, que te llevan a lugares que no podré llegar. No de ti, que te llevan volando.
No de él, que busca a una más tonta que yo (y que él). Con su cabeza llena de nombres de huesos y vestidos de moda.
No quiero a una de tetas grandes y rubios pensamientos. No quiero a uno aburrido, con los dientes mascullando cifras que no entenderé.
Ya un espejo no quiero tampoco, ni a tus recuerdos mendicantes. No a un adulador, ni a una soberbia de nariz respingada.
Quiero un trozo de hoja en blanco en un libro, un lugar en un parnaso de reciclaje, lleno de cartones de vino y sin rimbombantes palabras, pero alto, alto como el firmamento mismo.
Quiero enamorarme: de un momento de muerte, más fiero que una golpiza, más dulce que la sangre, agudo como un colmillo. Extraño como un simbolista, absurdo como el futuro, inocente como las bestias.
Resumiendo, quiero una puta o un poeta que hagan perder el aliento y que me ayude a escribir entre gemidos, un poema dadaísta.

De la amistad

lunes, 21 de febrero de 2011

Nadie lo entendería. Tu y yo lo sabemos bien.
Que no es “limpio”, que es extraño, que no lo somos de verdad.
Yo digo : ¿ qué carajos saben ellos de la amistad, del amor?.
Desde hace unos años hemos sido “como pan y mantequilla”. Nos hemos visto crecer, llorar, amar (a nosotros y a otr@s). Te he odiado, te he perdonado. Me has querido, me has soportado.
Se que aún cuando me abrazas temblando vuelves a sentirte como antes y yo también, protegida por mi oso de peluche gigante particular.
Sabes que somos más duraderos que las estrellas y más resistentes que nadie y que aunque no creas en los peces que flotan sobre mis rodillas, si crees en mis abrazos y en este paraíso perdido que se terrenaliza cada año y nos vuelve niños otra vez.
Yo se que siempre estarás. Sabes que siempre estaré. Aunque nos perdamos muchas veces, siempre sabremos encontrarnos para repetir “la canción más tierna que me han dedicado”:
…” we’ll always have each other when everything else is gone”

para no olvidar

viernes, 11 de febrero de 2011

Hay veces que se llora por heridas ajenas. Aunque la herida no sea mía, el dolor no es simulacro. El dolor es tinta que se me pega a los dedos, el dolor de muchos que no sana, que probablemente nunca lo hará.
La tierra abierta, la carne abierta, las almas desgajadas. Las crucecitas sin nombres, las fotos de ayer, fotos enmarcadas en sangre. Las banderitas en las que creyeron, por las que murieron, siguen vibrando al viento. Son pocas, es cierto, pero algunas siguen y sigue el fuego en el pecho de algunos pocos que aún tenemos fe.
Las manos de esos viejos, surcadas de pánico, de llanto. Endurecidas de coraje. Esas manos acunan el futuro. Esas manos me toman, las tomo, y compartimos el dolor, el que no sentí, el que muchos solo leímos. De ese manantial nacen letras, ideas, resistencia.
Con la sangre negra que cayó, tejeremos libros, escribiremos calles nuevas, ideas fuertes. Y en honor a los ausentes, seguiremos adelante. Persiguiendo a esa loca que por las noches nos besa la sien.
Libertad.

anacronías

jueves, 10 de febrero de 2011

“¿A dónde vamos ahora?” preguntaste impaciente. “No se, creo que por la carretera de la salida norte hay un lugar tranquilo, cerca del tranque”. “Vamos” dijiste. Y así fuimos avanzando en tu auto con una ridícula música de los 80 de fondo.
Sonreíamos, nerviosos, como si fuera la primera vez. Yo pensaba, con una nostalgia color añil, que ya estábamos grandes. Tú, manejando tu auto e invitándome a comer. Yo, hablando de mi carrera ya concluida, ambos con un dejo de madurez inventada, esa que no teníamos a los dieciséis.
El aire acondicionado tenía algo de soporífero y tus ojos de ciervo (que siempre me han recordado a los de Atenea) en miradas cortas, recorrían mi falda y mis muslos. Los tocaste con ternura y un escalofrío me recorrió.
“Llegamos” dijiste.
Nos bajamos y miramos hacia arriba. Nunca había sentido la profundidad del cielo hasta esa noche. “Así debe verse la eternidad”, te dije.
Me agarraste como a una hoja de papel y me posaste sobre el auto. Con minuciosidad científica, tan característica en ti, me arrancaste la ropa y con tu lengua escribiste un soneto en mi cadera. Te detuviste al ver una estrella fugaz.
Pasaron un par de horas y dijiste: “las estrellas fugaces mienten” y te pregunte por qué.
Haciendo arrancar el motor dijiste: “porque desee que esto, lo de recién, fuera la eternidad”.