viernes, 2 de marzo de 2012
Esa imposibilidad altisonante retumba entre las delgadas paredes de esa caverna, la única que te aprisiona. Y vas al mar, al desierto, a la montaña. Pero no puedes salir jamás.
La luz se cuela con benevolencia senil en sus pliegues, como la voz de un amigo, como el abrazo de un desconocido. Evanescente como la promesa que hiciste ayer y se quedó tan solo dando vueltas entre esa prisión ósea y tu frente.
Apropiarse la luz, alumbrar el camino de salida. ¿Romper la jaula o comprarle más pajaritos?. Das vueltas, das vueltas y no te has movido un solo paso. ¿Qué hacer?. Fuiste tan joven, tan vieja, poblaste de peces muertos tu cabeza. Un día le crecieron alas. Un día salieron.
Se cerró la jaula. Sus barrotes se unieron en una gélida cueva que ahora te estruja, te roba el sueño, te atraganta y extiende su hierro helado por las venas… tal vez algún pez alado acompañe su andar. Tal vez.