Dime tu segundo nombre.
¿Por qué? Preguntaste, sabías que no era necesario saberse ni el primero para llegar hasta allí. No sé, te dije, solo dímelo. Eres…
¿Diferente? Dijiste divertido y remataste con una risita irónica. Si, diferente te dije. Y cuando pude ver el temor subiendo por tu garganta, como una bala lista a ser disparada para adormecerme y salir corriendo , lo aclare. Diferente, no príncipe azul, no ¡oh amor de mi vida!, no ¿quieres pololear conmigo?, no super hombre ni hombre nuevo, no. Contigo puedo hablar.
Me miraste con cara de pregunta superlativa y con la sombra que te imprime el ego herido en las mejillas, como si te hubiese dado una cachetada.
Hablar dijiste…
si, podemos hablar, si no pudieramos tal vez nunca me hubieses traido a desordenar tus sabanas, concluiste con esa risa algo deshilvanada, la misma que me regalas ( sin yo quererlo, obviamente) cuando digo algo medio “pop” .
Y mi vida, te dije, haciendole el quite al humo de ese cigarro que amas fumar despues del sexo y que yo encuentro de un cursilerio de pésima categoria.
Ahí la risa se te puso suave y me tomaste la mano. Te mire seria y te pedi que solo procuraras no dejar un desastre muy grande. Me besaste la frente y dijiste
“ siempre serás mi Lucia”. Se y sabes que no me llamo así, pero los dos entendemos… y ahí te abri la puerta
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