Y de lejos también sonríes, y brillan más fuertes aun las estelas de tu alegría. De lejos se reflejan en los párpados pesados de mis ojos, los cansados. Con una mano te digo “adiós” y con la otra retengo tu mano. Pero tu mano es una medusa y se va navegando ligera por las piedras del “debo irme”, surfeando por el “y no regresaré”. Así te vas dejando lánguida mi mano y mi razón, y te vuelves espuma de mar, todo para que no te alcance, sabes que ya no soy marinero.
Pero que más da, cuántas veces te has perdido y cuántas veces te he encontrado. Aún con 80 años siempre te encontraré. El problema no es aquel. El problema es que siempre que te encuentro ya has muerto. Con huesos relucientes y gastados de lo no dicho… y es que lo que se calla también te desgasta los huesos.
Medusa muerta, seca bajo el sol, ángel muerto, rosa muerta, siempre muerto, siempre muerta.
Y en tu muerte la vida mía parece una tragedia, te miro ahí muerto y buenamente nos reímos ambos. Tu te ríes porque recuerdas que solo una vez te encontré vivo, y yo me río porque sin ti, aun con vida, siempre estuve más muerta que tu.
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