miércoles, 10 de septiembre de 2008
El fin del mundo es todos los días.
Deshojo una violeta, cierro los ojos y ya ha muerto.
Y las manos heladas acuchillantes, cogen al reloj,
al impio, y en ese momento se cristaliza, un instante y nada más.
Veo derretirse al sol por mi ventana y adentro del pecho me grita una sirena.
Cierro los ojos y ya ha muerto.
Es la sirena, aquella indómita que intenta salírseme por los ojos y no puede aun.
Mientras no pueda, aún veré a las margaritas desde arriba.
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