No quiero contenerme, vaciar mis sesos en esta hoja y en más. Ennegrecerme los dedos con la tinta, con la vida. Con los gritos atrapados perpetuamente en una garganta que aprendió a callar. No se si quiero preguntarme, no se si quiero saber. No se a donde voy. Planificar la vida es algo incierto, saber cada paso para dudarlo en la parte posterior del cráneo, húmeda como un pantano pero lejana como una isla.
Alejarse, alejarse. Instalar muelles en los dedos de los pies. Conmocionarse con nada, tener los ojos ya no vidriosos, sino de vidrio. Crecer, enredarse en una vorágine indecible, indeseable, indestructible.
La pregunta lo destruye todo, pero todo, todo, lo aguanta todo. Rimbaud lo dijo y no desestimaré jamás sus palabras.
Cuestionamientos ridículos, que se alejan ridículamente, travestidos de certezas inciertas. De ideales, de planes. Me falta sangre. O tal vez me revalsó y por eso no la siento.
Necesito un electroshok. Más fuerte que el frío inclemente, menos cruel que la acidez de una mandarina o de un recuerdo. Algo se quiebra a ratos, se descascara. Y en los ojos de algunas gentes no veo nada más que abismos tan muertos como la noche. Y en los ojos de otras, puentes, o muelles otra vez. Los míos están taladrados, secos a veces. Estoicos ante las fauces del día siguiente, del posterior.
Lo único que acalla cualquier estruendo, que congela la duda es esa mirada de perro dulce.