sábado, 19 de enero de 2013
En un sillón dos extraños jugaron a conocerse. Se tocaron el pelo, se agarron las manos. En comunión se respiraban, como si fuesen cigarros esperando consumirse al son de unos latidos vagos. Apretaron las ansias en un juego especular adormilado, trataron, pero se miraban como se mira a la gente en el metro a media tarde. En esa piel hirviente no hubo espejo, más si humo, y máscaras. Sonrisas a medio filo, ojos impotentes, lacios, avergonzando al ímpetu bestial de sus manos. Pero las manos se movían solas, los labios mecánicamente mordían, cavando, buscando lo que los ojos no habían podido penetrar. Solo encontraron sangre y venas y aquellas cosas a las que no se refieren las conversaciones sobre la interioridad. Gustosamente se sorbieron, se deglutieron pero con ojos vendados. Al cabo de un rato, quitaron la venda y vieron. Ya no habían espejos ahumados. Solo un catalejos y dos extraños sentados en un sillón, con manos sociables enredando lo no dicho y un desgarro,al ritmo de una lastimosa canción gringa.

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