Ouroboros

miércoles, 5 de enero de 2011

El ouroboros está en mi espalda. Sin estarlo, está siempre, y no es porque yo sea especial, sino que le gusta posarse en la de la gente que suele tener consciencia de él. Él también goza de autoconciencia y a veces, de una autonomía insusitada. No es que él me dirija a mi, sino que sus dientes se clavan de a poco en mis vértebras y el veneno, que no es tal, vagabundea por mi piel.
Y es así, que contagiada de los ciclos ancestrales y míticos, reducidos a polvo en su grandilocuencia al tocar mi vida tan pedestre, tan común y tan amada, empiezo a morderme la cola, con delicadeza casi erótica. Avanzando, mordiendo y por fin, consumiendo el pasado en una mordedura final, de un dolor tan exquisito, tan perfecto que ya no puede ser mirado a los ojos más.
El ouroboros asiente, con los ojos milenarios resplandecientes. Paso una mano por mi espalda, tocándola como nadie ha podido, ni tal vez pueda jamás.
Una vez que la cola ha sido devorada, nace una nueva, y otra, y otra… y así.

Umstndrstt.

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