Esperanza

viernes, 16 de noviembre de 2007

La música trigueña, de cafetales y sudores inundaba su cabeza y la hacia cerrar los ojos, juntar los labios y saborear sus besos dulces, color atardecer, sobre su piel canela, abrazada de soles, endurecida del trabajo de la tierra.
Con la música dentro, miraba hacia la ventana y eran las 5, y lo esperaba, el dijo que vendría. Ya el sol se moría, y las colinas color caramelo la miraban con angustia. Sus parpados caían desconsolados, pero aun expectantes, le tenía fe a ese hombre de espaldas anchas y manos curtidas por el trabajo, a ese hombre olor a hierba, a café y a vida.
Ya se colaba el frío entre su blusa semitransparente, parecía una estatua inmaculada, hermosa, perfecta. Solo la sombra de la desesperanza tiznaba sus mejillas. Y ya no trinaban las aves coloridas, y el cielo se vestía de luto… eran las 9 y ella seguía en la ventana, mirando al infinito, infinitamente decepcionada, infinitamente herida… el dijo que vendría.
Cuando sus ojos no resistían más, parieron una lagrimilla tímida que se abalanzó presurosa hacia el suelo.
Pero no cayo al suelo rojizo, la detuvo una mano canela, una mano obrera. Ella levanto los ojos entristecidos y lo vio. Sin nada más que hablar la besó con ímpetu, la abrazo con brazos selváticos, con calor amazónico. La desesperanza se fue, sus ojos lo abrazaron con vehemencia… e infinitamente fue feliz.




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